LUIS ALBERTO QUIROGA
“La historia de toda nación es la historia de un vasto sistema de incorporación” (Theodor Mommsen)
Las grandes naciones a lo largo de la historia de la humanidad se han conformado sobre la base de procesos incorporativos. La construcción de una nación es pues un proceso dinámico que requiere de una energía totalizadora por la cual las partes se obligan a vivir en un todo. Por el contrario, los procesos decadentes se dan sobre la base de energías secesionistas de los grupos adheridos. La historia de la decadencia de una nación es la historia de una vasta desintegración.
La derrota inca en Cajamarca no se explica por el arrojo de los españoles, su poder de fuego, el milagro del apóstol Santiago ni por la profecía de Huayna Cápac. Para entender esta última afirmación es necesario analizar las sublevaciones de Chachapoyas y Collas, los afanes secesionistas de quiteños, la guerra civil entre los hermanos Huáscar y Atahualpa o los indicadores de producción intelectual y técnica del imperio del último periodo.
Cuando llegan los españoles, el Imperio incaico era ya un organismo caduco y viciado, que tenía en su enormidad territorial el más activo germen de disolución. El Imperio se había convertido en una instancia corrupta, sin vigor y que sólo conservaba el amor a la chicha.
La España que llega a América es fruto, en primer lugar, de la invasión visigoda durante la edad media, un pueblo extenuado, degenerado y sin minoría selecta; en segundo lugar, de un proceso decadente continuo que sólo tiene una pausa cuando a fines del siglo XV Castilla produce por primera vez la unidad peninsular.
La colonización de América fue por tal una obra popular, inconsciente, sin táctica deliberada ni estrategia que no fuera el saqueo. A diferencia de la colonización inglesa, realizada por minorías poderosas y selectas, la colonización española nos pobló de todo menos de una civilización progresiva.
1531 no es pues la conquista de un pueblo, al menos si entendemos por esta a la incorporación de las partes a una empresa de mayor envergadura. 1531 es la alianza coyuntural de dos pueblos decadentes en la que los particularismos y la ausencia de los mejores es la norma.
“La esencia del particularismo es que cada grupo deja de sentirse a sí mismo como parte, y en consecuencia deja de compartir los sentimientos de los demás”, dijo José Ortega y Gasset
El Alto Perú decidió su propia formación bajo el impulso de las republiquetas, una minoría mestiza mediocre y la visión corta del Mariscal Sucre. El carácter fragmentado de la república no ha podido ser interrumpido en estos 185 años.
Bolivia es la historia de un desmembramiento continuo, que avanza sin pausa de la periferia hacia el centro. Primero se desprende territorialmente el Acre (1867-1903), luego el Mato Grosso (1869), el Litoral (1879-1904), la Puna de Atacama (1889), el Purus (1903) y el Chaco (1935). Desde su fundación se oyen voces de regionalismos y separatismos. Bolivia es el triste espectáculo del particularismo.
Las proclamas federalistas de Santa Cruz (1876), Yungas (1889), La Paz (1898), Potosí (1940) o Beni Pando y Santa Cruz (Nación Camba 2002) no son hechos aislados sino más bien las expresiones más agresivas de los particularismos con mayor expresión retórica dadas sus condiciones económicas al momento de éstas. Pero tampoco son distintas de los particularismos del resto del país de tierras pobres y habitadas por almas rendidas, donde el particularismo no brota y adquiere la fisonomía de sordo y humillado resentimiento.
La Constitución Política del Estado promulgada en febrero de 2009 (NCPE) es desde su primer artículo un documento que de manera sincera reconoce la existencia de particularismos de clase, etnia y territorio, a tiempo de hablar de “plurinacionalidades”, autonomías originario-campesinas, territorios indígenas, 36 idiomas oficiales, y otros.
A pesar de los insistentes discursos de integración que se ensayan desde este texto y los balcones, la historia se encargará de demostrar que esta NCPE sólo ha terminado de consolidar los compartimentos estancos preexistentes.
“Particularismo es aquel estado de espíritu en que creemos no tener por qué contar con los demás”, vuelve a decirnos José Ortega y Gasset.
Contar con los demás supone aceptar la mutua dependencia. En las naciones ascendentes, cuando una clase desea algo para sí, trata de alcanzarlo buscando previamente un acuerdo con las demás; sus deseos se obtienen a través de la voluntad general. La legalidad y en especial una constitución no son sino la consagración de las voluntades integrantes. En las naciones decadentes, las clases se sienten humilladas cuando piensan que para lograr sus deseos deben recurrir a los demás. En las naciones decadentes, el parlamento no es el órgano demostrativo de la convivencia, es la expresión del odio y del desprecio. En las naciones decadentes, los asuntos públicos se hacen por acción directa cuya intensidad se da en correlación a la fuerza con la que el gremio cuenta.
Bolivia, a lo largo de su historia, es plena de “pronunciamientos”, acciones directas y cerrazón mental. No estamos hechos para persuadir, respetar ni luchar porque creemos anticipadamente que nuestra verdad es universal. La construcción de la NCPE por un gremio en prescindencia de los demás es el ejemplo por excelencia de la decadencia nacional; sus consecuencias se las siente hoy en la conflictividad creciente que trae la demanda excluyente de los gremios y se la sentirá aún más en las expresiones separatistas que con seguridad vendrán a futuro.
El autor es gerente regional en Cochabamba de Encuestas & Estudios