La Bolivia del siglo XXI se ha convertido en un Estado Multinacional compuesto por tres entidades políticas-territoriales: la república Aymara que detenta la llave del poder político de la ciudad de La Paz al disponer de su cerco propio en la ciudad del El Alto; la república del chapare cuyo potencial político-militar consiste en mantener los mayores cultivos de coca-para-la cocaína y por lo tanto, es “El Banco” de la nueva burguesía cocalera; y la “otra” república, es la de los que no tienen ni la llave ni la plata para ejercer algún tipo de poder.
Ambas repúblicas están íntimamente ligadas a una guerra étnica que se libra silenciosamente debajo de la mesa en contra de los “otros”.. A partir de la Constitución aprobada en el cuartel de la Glorieta (en Sucre) bajo una lluvia de balas; y luego mejorada por los cipayos del parlamento nacional; sometida posteriormente a referéndum para darle una carácter sagrado y legal (rechazada por los departamentos de la media luna) esto da origen al “Estado Plurinacional” donde, como por arte de magia, aparecen nada menos que 36 “naciones” indígenas, a las que se les declara dueñas absolutas de todos los recursos naturales del sub-suelo, suelo y vuelo. Y los mestizos (los no indígenas) como los cambas, chapacos, chucutas, entre otros, se quedan de mirones. El Estado racista instaura constitucionalmente un verdadero Apartheid con relación a los grupos raciales que se encuentran al margen de la concepción pachamamista del poder.
Lo primero que argumenta un racista es que el racista es el “otro” y este, desde la perspectiva de la república Aymara son los cambas-cruceños -su contraparte obligatoria. Esta imagen de que somos los racistas por antonomasia, les fue vendida al mundo con mucho éxito, conforme lo prueban las resoluciones emitidas por el Parlamento Europeo y las dos declaraciones de la UNASUR, entre otras (incluyendo la ETA).
Para entender la mentalidad que prima en la república Aymara, tenemos que penetrar la mente de sus intelectuales orgánicos, así por ejemplo, Marina Ari, en un extenso documento titulado “Ñuflo de Chávez: La profunda raíz del racismo cruceño” dice: “La burguesía camba y su insipiente intelectualidad recurren por lo tanto a una tergiversación desactualizada de conceptos acercándose a un nazismo elemental que acude por un lado a forzar el orgullo de la herencia blanca del asaltante español y por el otro reivindicar un supuesto mestizaje generalizado. La fundación de Santa Cruz de la Sierra en 1561, da origen a la cultura cruceña, entendida como la combinación de las culturas de los grupos nativos y de las culturas que fueron llegando a este territorio”, luego sigue:
“En primer término, mostrar a los pueblos originarios como “conquistados” y a la burguesía camba como raza de “conquistadores”. Esto los lleva a reconocerse como “diferentes” de los indígenas, pese a que en los vaivenes de su discurso (cambiante y oportunista) hablen del
mestizaje”. En otra parte Ari dice: “El ser camba”, “la cultura camba”, etc.… En este afán se inserta la invención del mito de Ñuflo de Chávez. Pero por sobre la construcción de similitudes que ha significado un esfuerzo más titánico que el de Chávez se constituye la generación de diferencias con los “collas”, “indiada”, “aimaroides”, “etnias aymaras”, “premodernas”, como nos llama la intelectualidad camba a los collas…significa en el sentido de Gellner el recurso de recuperación de poder político y económico de las burguesías bolivianas. Más precisamente significa la incorporación y crecimiento de una joven burguesía de origen extranjero (solo una pequeñísima fracción tendría este origen) en Santa Cruz que no alcanza a ser nacional pero que tiene influencia en una región y pretende hacerse una fuerza hegemónica con territorio, Estado y gobierno propio”.
Resulta ocioso responder punto por punto a las argumentaciones de doña Marina Ari, pero basta indicar que la burguesía que ella menciona como el “motor” de la reivindicación nacionalista Camba se halla lejos de la verdad, ya que, como toda clase social dominante priman sus intereses de clase muy por encima de sentimentalismos regionales o nacionales y más bien, por el contario, estos se hallan íntimamente unidos al centralismo de Estado.
Lo que la indianista Marina Ari no sabe es que la supuesta “idolatría” al “Chavisno” colonial, es un fenómeno ligado a minorías intelectuales (generalmente historiadores) ya que salvando minoritarios sectores sociales, esta es una figura secundaria en el panteón de los iconos locales (adelante está Andrés Ibañez, Warnes, Cañoto, y otros) y que la burguesía que ella presume extranjera es producto del proceso de la globalización económica que busca lugares apropiados para invertir, como lo hacen hoy empresas mineras en el ande boliviano. Decir lo contrario es demostrar un franco desconocimiento de la historia nacional Camba y la formación de sus clase sociales.
Los intelectuales andinos en lugar de estar buscando pleito a otros grupos etnos-culturales, deberían elaborar proyectos para reivindicar a la sociedad andina de su miseria milenaria.