Fernando Prado Salmón * Es arquitecto, urbanista y director del Cedure A sociamos mentalmente a un gobierno como de izquierda cuando este da la máxima prioridad a las condiciones de vida de la gente más pobre, normalmente la asalariada, los campesinos, los indígenas y los habitantes de las villas miseria de la periferia de las grandes ciudades. Por ello la salud, la educación y el empleo en una nueva matriz productiva que no sea la que está en manos de la burguesía o el capital, es lo que se espera de ese gobierno de izquierda. Pero la izquierda también fue siempre la promotora de valores éticos, de la solidaridad y la moral revolucionaria. Se trataba de formar ‘el nuevo hombre’. Son muy pocos los cambios reales que podemos ver en esa dirección. La salud sigue siendo un drama para nuestros pobres, que mueren sin recibir atención digna. No ha habido ninguna iniciativa para cambiar esto, salvo el parche de las ocho horas de trabajo para los médicos, ocurrencia intrascendente y no de fondo. El hecho real es que si no tienes dinero para los remedios, te mueres hoy como hace 8 años. La educación sigue siendo la de siempre, memorística, autoritaria, poco solidaria, sin desarrollar capacidades concretas, con el agravante de las enormes filas de cientos de madres al inicio de cada año para poder inscribir a sus hijos, implorando algo que debía ser un derecho. Los análisis del pedagogo Álvaro Puente sobre el tema son demoledores. Seguimos siendo un país exportador de materias primas, cosa que para la izquierda latinoamericana fue siempre inaceptable. Verdaderos proyectos integrales de desarrollo rural para los más pobres, campesinos e indígenas en el área rural o los microempresarios urbanos no se han visto en la magnitud y profundidad que debieran tener en un gobierno ‘de izquierda’. En vez de atender las que fueron las prioridades sociales de la izquierda que hemos mencionado, este régimen que más bien definiríamos desarrollista/populista de los años ‘60 presenta particular predilección por los mitos del modernismo, la tecnología (aunque ajena, como el satélite o la energía atómica) la industrialización “‘trucha’, los proyectos sobredimensionados, el nacionalismo exacerbado y, por qué no, la farándula disfrazada de deporte, turismo, folclore, matrimonios u otras actividades que se presten para el espectáculo y la manipulación mediática. En vez de la ‘cultura del espectáculo’ de Vargas Llosa, tenemos la ‘política del espectáculo’. No sabemos si los rasgos autoritarios, caudillistas, prebendalistas, de derroche de recursos y de abuso del poder de que hacen gala los señores del actual gobierno serán también considerados socialismo del siglo XXI o se trata de la resurrección del caudillismo del siglo XIX, o el socialismo real del siglo pasado, con matices de estalinismo y leninismo. James Petras, uno de los ideólogos más brillantes del marxismo contemporáneo, no cree que este Gobierno sea de izquierda. Reconociéndole todas sus habilidades para conquistar y monopolizar el poder, sin embargo, define a Morales como un hábil manipulador político, “conduciendo un proceso que no es ninguna revolución social ni siquiera reformista social, en el que la toma de decisiones está en manos de un poder centralizado en manos de una pequeña elite tecnocrática mestiza”. Así concluye Petras |