Con la posesión de las nuevas autoridades ha culminado un doble proceso. El de la conquista del poder total y el que específicamente se refiere a los jueces. El Gobierno salió con la suya. Son jueces los que él quiso que fuesen y no otros. Dos ventajas principales hicieron eso posible: el artículo 182 de la Constitución, que otorga a la Asamblea Plurinacional la potestad exclusiva de seleccionar a los candidatos, y los dos tercios decisivos de la bancada oficialista. No se necesitaba nada más. Morales puede decir ahora como aquel famoso monarca de otro tiempo: “el Estado soy yo”.
Con lo último, ¿Evo llegó a la cima o está en tránsito hacia otras metas? Pudo haber sido uno de los presidentes más benefactores del país. Potencialmente tenía en sus manos las mejores condiciones, pero prefirió seguir otro rumbo. La reelección le hizo urdir una “estrategia envolvente” (trampa) que puede ser más efectiva que la que presuntamente quisieron tenderle a él. Esa ambición parece dominar su voluntad. Los socios de ALBA juegan a la misma carta. Fidel es la figura patriarcal incitativa. El régimen cubano hace aguas, pero quieren ser como él: un dictador de tiempo indefinido.
La cima es el tope, el punto de arribo. Lo que sigue es fatalmente la decadencia. Un difícil trance. Nadie lo acepta de buen grado. Al borde de la muerte, Bolívar aún soñaba con volver a Caracas y reconquistar el poder. No hay presidente que no quiera ser reelecto. Eso los perdió a varios exmandatarios. La pasión puede precipitar a la gloria o al abismo; a veces no permite discernir entre lo racional y la locura.
¿En qué vereda estará Morales?
Los nuevos jueces no son ajenos a esa disyuntiva. Todos pertenecen a la “plancha” oficialista definida por la Asamblea Plurinacional. El electorado negó después la legitimación en octubre, entre otras razones, porque tenían el “pecado original” de la dependencia política. No obstante, llama la atención el obstinado intento de escamotear el contexto objetivo de la realidad. Se sigue hablando de voto popular cuando no hubo tal, y el mandato de las urnas fue más bien de rechazo. Por eso habría sido más honesto la anulación de los comicios. No se puede entrar a donde le dan a uno con las puertas.
Sin intención de subestimar a nadie, es probable que no estén en ese conjunto los abogados que deberían ser los magistrados. No solo se trata de relevo, sino de un desafío nutrido de problemas y dificultades, con exigencias de gran idoneidad y experiencia. Sin embargo, los profesionales de reconocida trayectoria pública quedaron fuera; el requisito de la adhesión partidaria y el método utilizado para la preselección los excluyó. Los posesionados son seguramente los mejores, pero en ese universo restringido de la militancia masista, explícita o encubierta.
Al decir de varios analistas, no se da por azar esa situación. Existe coherencia entre el procedimiento utilizado y la hipótesis de la finalidad política. Esto es, para apoyar la reelección de Morales desde el Órgano Judicial no se necesitaba postular a otros ni diferentes candidatos. Si la conjetura es equivocada, el tiempo lo dirá. Pero los indicios apuntan hacia esa suposición. Por ejemplo, importa más la apariencia que el perfil profesional. “Más allá de lo que puedan hacer como jueces, la composición es muy importante. Hay mujeres y también indígenas en esos altos tribunales de justicia. (C. Romero). Es decir, no importa lo que hagan. El efecto político es lo que vale. Por lo visto, en países como Bolivia las apariencias cuentan y pesan más que la realidad. Aun perdiendo en las urnas, se gana; si la oposición gana, los resultados no valen. Realmente inédito.
En fin, esos son los “bueyes” con los que hay que arar el duro terreno de la justicia boliviana. ¡Salve, oh patria!