Sexus, Plexus, Lexus

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Mirando de abajo
Martes,  4  de Febrero, 2014

Henry Miller escribió «Sexus, Plexus, Nexus», fabulosa trilogía (La crucifixión rosa) en tono autobiográfico. Sacudió, como lo hicieran sus Trópicos, la literatura contemporánea. Temprano reconocía Anaïs Nin, en sus diarios, la extraña e inusual vitalidad de los escritos del norteamericano, que de la palabra se extendía a los genitales y viceversa.

Evo Morales no produjo novelas, pero en el altar plurinacional se ubica al lado de Aristóteles, a quien la grey de degolladores de perros desconoce. Su saga, considerada más imperecedera que la del griego, a la que sicofantes letrados alaban en orgasmo, proviene de burdo modelaje de gringos y jesuitas, ávidos unos y otros de inaugurar un nuevo paradigma que a la larga no había sido otra cosa que cambiarle camiseta al ladrón; simple juego de fútbol con características complejas.

La crucifixión rosa no es historia de amor. Podría considerarse un deicidio por el olvido de lo divino en un mundo promiscuo y físico. Los cuerpos se desuellan entre sí, las historias se tejen en carne viva, en lechos revueltos de pesado vaho de sudor y pegajosidad de esperma. Las sociedades «decentes» chillaron, porque lo que Henry Miller hacía, era revolucionario.

En el lado opuesto, la obra inconclusa, por jamás siquiera haberse esbozado, del presidente de Bolivia, su paje de oficio y compañero de fórmula, y la tanda de acólitos que vuelan alrededor, no cabe, ni en la más arriesgada hipótesis, dentro de lo que podría llamarse cambio, rebelión… Resulta y se convierte en la mejor muestra de las argucias del sistema para preservarse. El status quo cede algunos espacios, mínimos, para preparar puestas en escena que sugerirían que la historia se está tejiendo con otro ovillo, aunque los palillos sean iguales y la etiqueta también. Pronto, en breve plazo, se desnudó la verdadera oferta del MAS: todo de lo mismo, y mucho de lo peor.

En ellos, ni el sexo asoma con las características eróticas e irreverentes de los libros mencionados. Lo plurinacional pasa por el medieval derecho de pernada del patrón, asambleístas violadores, ministras sin calzón y el eterno agradecimiento de las mujeres a quienes el nuevo Chivo (Rafael Leónidas Trujillo, el original) embaraza con su sola presencia. Para qué otra cosa sirven las «damas», susurrarán, mientras por palacio suben y bajan las culipeladas en parodia de un filme de Pasolini. Se habló, en su momento, de brigadas paridoras, de «hermanos» aymaras que fueran -por la fuerza- a convencer, sexo en mano, a «hermanas» guaraníes para que cediesen su tierra al capital y al narco sin queja, y, supuestamente, con placer. «Hermano, hermana» son vocablos sospechosos en boca, perdón, en el hocico del lobo. No me fiaría de ellos. Para hermanos así, prefiero actuar como Caín.

Bolivia se anega; las aguas se han desbordado. Lo hacen cada año y siempre encuentran al país discapacitado, sin posibilidad material de reacción. La tecnología hace su agosto con imágenes aterradoras. Pero más agosto, y septiembre y octubre, con la omnipresencia de su majestad el Inca, preocupado de su traje impecable, de las carreras que pasarán por el vestíbulo de su mansión de aquí a 50 años, cuando ya ni presidente sea sino una roca cuasi santa que acariciarán como a vientre de Buda. Sueña con ello mientras los otros se ahogan, y los indios enemigos del Tipnis se ahogan también. Que pronto suceda…

Como a todo mísero le gusta lo que otrora fuera inalcanzable. De allí que la trilogía ideal que escribiría, a dos manos con su febril amanuense, reflejo de su pensamiento y condición, y muy lejana de la del viejo Miller, comenzaría con intrascendentes Sexus y Plexus, preámbulos prosaicos de gente sin vehemencia ni genio, y se coronaría (confirmando su adicción al dinero y al sistema) con Lexus… de Toyota… blindados además, de a montón y sin auditor.

Acerca del autor:
Claudio-Ferrufino-
Claudio Ferrufino